viernes, 16 de mayo de 2014

Los límites de la libertad de expresión

Estoy esperando que vayan a detener a Federico Jiménez Losantos. Sentada, claro.

Porque si trabajas en un medio tradicional o estás en la nómina de algún partido político, te puedes pasar horas y horas acusando a quien te dé la gana de haber perpetrado el atentado terrorista más grave de la historia de España. O insultando o riéndote de quien te plazca. No hay problema, es libertad de expresión. Una libertad que no está restringida por ningún tipo de obligación, como por ejemplo pudiera ser la veracidad o la independencia.

Sin embargo, si tienes una cuenta de Twitter, da igual que te hayas declarado como parodia y que te dediques claramente al humor (del bueno o del malo): si dices algo fuera de guión, te estás pasando. El ministro del Interior , Jorge Fernández Díaz, secundado por las cohortes de palmeros del PP, quiere endurecer las leyes para que evitar lo que ellos denominan "incitación al odio" y que los que entramos en Internet a algo más que a mirar la portada del Marca llamamos troll de toda la vida. Por si acaso, ya se está empezando a aplicar el código penal vigente a rajatabla para acusar a chavales de 19 años de incitación a la violencia y enaltecimiento del terrorismo.



En ese mismo país, casi simultáneamente, la Audiencia Provincial de Madrid considera totalmente lícito decir que "a veces", los homosexuales "se corrompen y se prostituyen, o van a clubs de hombres nocturnos. Os aseguro que encuentran el infierno. ¿Os pensáis que Dios es indiferente ante el sufrimiento de todos estos niños?". Da igual que el obispo de Alcalá, Juan Antonio Reig Plá, profiriera estas palabras en el segmento de adoctrinamiento que en las misas se llama homilía y que la misa en cuestión la retransmitiera La 2 de TVE. Según el tribunal, estas palabras no contienen incitación al odio. Hacer chistes sobre Carrero Blanco, sí.

Será porque los homosexuales ya vienen odiados de serie.

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